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NATURALEZA Y #CORONAVIRUS.

En tiempos de pandemia volver los ojos a la tierra quizás sea nuestra única oportunidad.

Llueve por la tarde y al anochecer el despejado cielo te ofrece las estrellas del firmamento, amanece y las aves acompañan tu despertar, el sol calienta la mañana y las nubes danzan adornado las montañas. En la playa la brisa refresca el día y tu cuerpo recibe un baño de arena y mar, terminas el atardecer con el sol devorado por el mar. En los nevados el agua discurre sin cesar miles de años y brillantes hilos de líquido elemento surcan los pequeños valles donde la vida brota y los nevados te saludan con su eterno manto blanco. En la selva los ríos rugen incansables y los bosques infinitos exhalan su aliento a todos los confines de la tierra, abajo la vida se multiplica a montones con lluvia y calor abrazador. En los desiertos el silencio y la paz de unas palmeras, el agua de un pozo en un oasis nos dice que aún en los más duros lugares la vida continua y el abrazo amigo de la tierra no falta.
No soy poeta, pero la sensación que tengo de la tierra por los lugares donde anduve, es esa; su regazo dispuesto a cobijarnos y su brazo siempre atento cuando el aliento falte. Quizás por eso las culturas primigenias vivieron en filial armonía con la tierra, por eso respetaban tanto el entorno que habitaban y la veneración fue tan común en todas ellas, comprendieron siempre que no somos los amos de mundo sino solo una hebra del tejido que llamamos vida. Muchos lo llaman ignorancia, superstición e incluso hechicería, en pleno siglo 21 la extirpación de idolatrías no ha cesado.
Pero la codicia pudo mas y, en nombre de la civilización, el progreso y el desarrollo se abrieron surcos imborrables, heridas incurables y tajos enormes en la piel de la tierra. Con el bendito de la modernidad se construyeron carreteras, ferrocarriles, túneles, redes alámbricas, oleoductos, zonas de pastoreo y sembríos agroindustriales inmensos que arrasan la vida en los bosques, páramos, praderas, playas, llanuras y cordilleras. Eso no quedo ahí, las ciudades comenzaron a crecer rápidamente y de la noche a la mañana se convirtieron en  monstruos con millones de bocas que devoran ríos, cosechas enteras, nada y nadie puede saciar la voracidad de estos conglomerados humanos; atrás dejan  mares sin vida, aire irrespirable, islas y montañas de basura, ríos convertidos en charcos y campos verdes hechos trizas por el avance irracional de la urbanización que con su capa negra de asfalto  mata y entierra todo, ciudades donde vivir  es una proeza y  cada amanecer  el ruido de motores no cesan jamás. Las gentes discurre en un vaivén de intercambios que no conocen descanso, llega el anochecer con un cielo  gris y nubarrones negras que hace tiempo sepultaron la luna.
 ¡¡Pero que viva el libre comercio!! que arrincona a nuestros agricultores pequeños y borra nuestra incipiente industria; que viva la inversión extranjera!! que se levanta en peso las riquezas naturales y cuyas ganancias se multiplican quedando sólo migajas para los pueblos; que viva la banca!! hoy rescatada y subvencionada por el gobierno; que viva la globalización!! en un país penetrado por todos los demás.
Si no cuidamos nuestro mundo, sino amamos el suelo que pisamos, no respetamos la tierra de la que vivimos, ni tenemos la dignidad de defenderla y le ponemos precio a todo, algún día quizás ya nada sea tuyo, incluso tu alma tendrá dueño.
Quizás el virus sea una respuesta de la madre tierra por defenderse o un intento por   reprender a sus hijos para advertirnos que es necesario aderezar el camino y parar la depredación, que es tiempo que levantemos la servís para defender la creación antes que la codicia y la avaricia acabe con millones de evolución.
Junto con el virus que nos acecha y nos confinan hay otras plagas mucho más potentes que van carcomiendo nuestro hábitat
, el consumismo, el individualismo, el egoísmo, las guerras y la corrupción; también virus que carcomen nuestro ser, la indiferencia, la parsimonia enemigos letales en tiempos de pandemia.
Quizás sea momento de poner en cuestión nuestros valores, costumbres, tradiciones, sentido común, rutinas y modos de vida muchas veces impuestos subliminalmente y aceptados sin cuestionar, quizás ha llegado la hora de girar unos cuantos grados y apuntar en otra dirección donde la humanidad sea convierta en una comunidad universal, soy pesimista pero creo que al menos el lugar donde vivo lo defenderé y cuidaré.
 


  
 





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